01 August 2018

No todo lo que brilla es oro

31/Jul/2018. No todo lo que brilla es oro.
Tsenkher.

Las lluvias borraron las huellas que típicamente seguimos para encontrar el camino hacia el siguiente destino. En los tramos en donde había algo más parecido a un camino de tierra, el zoquete hacía imposible el paso, por lo que había que hacer camino por donde se pudiera. A decir verdad, en la mayoría de los lugares por donde hemos andado, en el sur y suroeste del país al menos, el terreno es poco accidentado así que es relativamente fácil meterse con una 4x4 por donde sea. El problema después de las lluvias evidentemente era el lodazal. Por lo mismo nos perdimos varias veces pero Bataa es una bestia, en el mejor sentido de la palabra, y avanza por donde crees que no se podría avanzar, se baja de la van para ver cómo está el terreno, y siempre encuentra una manera de llegar. Más allá de los lodazales, la lluvia hace que la arena mojada brille intensamente, aun sin sol.

Llegamos a un pueblo a buscar un restaurante donde comer. En el primer restaurante nos dijeron que regresáramos en 20 minutos porque el dueño tenía que ir a hacer una vuelta, así que buscamos otras opciones. Encontramos otro lugar cerrado y un tercero que tenía a un grupo de unos 10-12 turistas, y en el lugar no había cupo para más comensales. Por lo mismo decidimos entonces ir primero a uno de los ubicuos minimarkets a comprar snacks y otras chunches, y regresar después al primer restaurante. Le dije a Gaana que en lo que ordenaban y estaba lista la comida, saldría a caminar y tomar fotos. En los pueblos adonde he llegado, como en este, no hay mucha vida. Imagino que tendrá que ver con la muy baja densidad poblacional en el país pero luego pienso que localmente los pueblos tendrían de alguna forma que adaptarse a tener un tamaño acorde a las necesidades de sus habitantes y que, por lo mismo, localmente sí se vería más actividad. Pero no. Lo cierto es que Mongolia es un país en el que la mitad de sus poco más de 3 millones de habitantes vive en la capital, y la segunda ciudad más poblada no tiene más de 100,000 habitantes, por lo que los pueblos están poblados verdaderamente con muy poca gente, un banco, una escuela, algunos restaurantes, una cancha de basquetbol (raro) y, eso sí, muchos minimarkets, uno al lado del otro y todos con los mismos productos (Hotelling estaría orgulloso). Las casitas de la mayoría de los pueblos que hemos visitado son muy pintorescas, con paredes y techos de muchos colores, en gran contraste con los mojones de concreto gris que son los altos edificios de la capital. Regresé al restaurante y, mientras comía una sopa de fideos con carne de res y verduras, Gaana me enseñó a jugar un juego de cartas, huzur. Muy a su pesar, le gané las 2 o 3 veces que jugamos, y me decía en su inglés mocho, "beginners have luck".

Acá cabe hacer un paréntesis para decir que Gaana es jugadora profesional de ajedrez y, no sé si los ha gaanado (see what I did there? Jaja), pero al menos ha participado en campeonatos internacionales representando a Mongolia (y porta airosa su camisa amarilla de alguna competencia de los países ASEAN que tuvo lugar en Singapur hace un tiempo). Tiene 20 años y estudia relaciones internacionales, aunque dice que no le gusta mucho estudiar, pero que quisiera trabajar como diplomática. En su afán por impresionar, se jacta de ser buena en todo lo que hace, y me dice luego de que la felicito por la cena, "I am such good cooker", o cuando le pregunto qué hace los fines de semana y me dice que va al karaoke con sus amigos, "I am such good singer", o cuando vamos a la cascada y le pregunto que si sabe nadar, "Oh, I swim so good" (aunque cuando le pregunté que cuánto nada y en cuánto tiempo, ya nada más me dijo que nadó en la escuela pero que es principiante). Todo esto para decir que las derrotas contra un aprendiz amateur novato principiante en el huzur le calaron hondo.

Más tarde llegamos al campamento 3. Bienvenida en el ger de la familia nómada, té de leche, galletitas, terroncitos de azúcar. Quería comentarlo después, en algún post dedicado a la manera de ser de los mongoles, pero es relevante decir ahora cuánto me sorprenden las interacciones entre extraños. Después de los sain ban oo de cortesía, la plática fluye sin parar. No sé de qué tanto platican, que si el clima, que si el turista que llegó y el que se fue, que si la comida, que si la actividad vespertina, que si escasea el agua, que si el camello se torció la pata, pero hablan y hablan y, sobre todo, ríen. Ríen mucho. Se sirven té o leche de yegua y toman todos del mismo tazón. Bataa se acomoda en el piso del ger, semiacostado y sin pena, a tomarse su tecito de leche. Yo también me siento en el piso, recargado contra una de las camas en donde hay alguien dormido y cubierto con una cobija hasta la cabeza blanca, y después en esa cama se sienta la mamá de la familia, claramente la jefa de familia, que no deja de hablar, con firmeza. Mientras tanto, alguno de los otros choferes de turistas que están también de paso busca una taza en uno de los 2-3 muebles del ger, abriendo puertas y cajones hasta que la encuentra. Una de las otras guías, que no aparenta haber puesto un pie en ese ger antes, mira las fotos en otro de los muebles y hace preguntas, que quién es este, en dónde estaban aquí, cuántos hijos tiene este otro. Hay como 2 o 3 conversaciones sucediendo simultáneamente. En eso sale un gato de atrás del mueble nada más a curiosear y, después de algunos intercambios entre ellos, Gaana me dice que ahí detrás hay cuatro gatitos recién nacidos.

Y bueno, así son todos, pero esta familia era particularmente conversadora. Le preguntaban a Gaana que de dónde era yo, que qué hacía, que cuántos días estaba de viaje, y que por qué no tenía pelo, que si me gustaba rasurarme siempre la cabeza o qué. Les expliqué que sí, que me gusta rasurarme la cabeza, pero que además no tengo pelo en la parte de arriba, y querían saber por qué. Qué aquí no hay pelones, y me decían que no, que es muy raro. La mamá en eso me acarició la cabeza y hacía ooo, o algún ruido que me hizo pensar que le parecía suave, y le habló al hijo de unos 4-5 años para que me tocara también. Se despertó el abuelo. Solo se descubrió la cara y se puso a platicar con todos los presentes como si los conociera de toda la vida. Propusieron jugar huzur, que al cabo yo ya sabía, aunque ahora era en equipo, y Gaana y yo ganamos los primeros dos juegos y perdimos los siguientes cinco, aparentemente por culpa de Gaana porque no dejaba de pedir disculpas y hacer gestos de profunda vergüenza.

La lluvia seguía. Aun así había que ir a conocer los flaming cliffs, cañones de barro rojo que brilla intensamente, sobre todo en atardeceres soleados aparentemente. El área, famosa porque fue el primer lugar en donde se encontraron huevos de dinosaurio, entre otros fósiles, seguramente es el lugar más parecido a Marte aquí en la Tierra. El barro empapado lo hacía verse más flamante de lo que seguramente es cuando está seco, aunque quizás de un rojo menos intenso. El lodo dificultaba mucho el caminar sin resbalar, y por lo mismo más valía mantenerse lejos de la orilla. Vimos muchas cabras. La verdad no sé qué hacían ahí porque evidentemente no había gran cosa qué pastar, pero pues tampoco se les veía mucho problema en mantenerse trepadas en cualquier pendiente con todo y todo. Di gracias que fui en chanclas y no en tenis, porque terminé con barro entre los dedos, dentro de las uñas y en el pantalón hasta arriba del tobillo. Nada que una enjuagadita y unas toallitas húmedas no quitaran. De todos modos, después de tres días de agua apenas suficiente para beber y cocinar, otras partes requerían también de una enjuagadita, y nadie se quejaba.

Antes de que cayera la noche, dejó por fin de llover. Aun así, algunos contactos nos habían prevenido que saliéramos temprano porque había varias áreas con mucho lodo. Al día siguiente, alrededor de las 9am, salimos nosotros y otras cuatro vans en caravana por si alguien presentaba problemas. Apenas pasaron 15 minutos, nos topamos con un río de lodo de unos 100 metros de ancho que impedía el paso, y con otras 2-3 vans que habían llegado antes. La gente, la mayoría turistas con sus guías y choferes, tomaba fotos del rápido torrente de tierra, rocas y ramas que inundaban el valle por las lluvias. Unas coreanas se tomaban selfies haciendo la típica V asiática. Unos franceses hablaban de cómo esto seguramente agravaba la desertificación de la región. Los choferes, conscientes de su responsabilidad de llevar a los visitantes a su destino, discutían y exploraban las distintas alternativas para cruzar, o no. Una van salió en una dirección al margen del río y otra en el sentido opuesto, imagino que para ver si había alguna zona que permitiera el cruce. Otras 7-8 vans fueron llegando durante la siguiente hora. Dos personas entraron al lodazal cogidos de la mano. Los demás mirábamos, tensos, cómo atravesaban sin que el agua les llegara más arriba de las rodillas, alcanzando el otro lado en apenas unos cinco minutos, aunque después se adentraron de nuevo en el río para asegurarse de que la corriente y la profundidad del zoquete eran similares en distintos puntos del cruce. El consenso fue que sí podríamos cruzar, aunque los rostros de todos no reflejaban precisamente la mayor certidumbre.

El primer intento lo haría una Land Cruiser que parecía el vehículo más sólido. Trajeron un cable de acero, no sé de dónde, y la amarraron a una de las vans rusas, que la jalaría hacia afuera en caso de ser necesario. Silencio. Seguramente quienquiera de nosotros que estuviera pensando en comprar un vehículo todo terreno se convenció instantáneamente en darle su dinero a la Toyota por una de estas porque cruzó como hipopótamo o búfalo o cualquier bestia que cruce sin problema ríos caudalosos, rompiendo olas y nadando contra corriente. Júbilo. Enseguida se aventó la van rusa, y cruzó también sin problemas. Y así siguieron una segunda, una tercera, una Delica, todas a todas luces haciendo uso evidente de su doble tracción, pero sin mayor problema. La segunda Delica se atascó y la tuvieron que sacar a empujones entre varios. Después seguimos nosotros y llegamos al otro lado a volantazos pero sin grandes sacudidas. Esperamos una media hora más a que otros tres, más o menos, cruzaran, y a que los que faltaban se decidieran a no intentarlo. 

Desde luego lo que es más visible de esta anécdota es el resultado exitoso, que hayamos cruzado, con toda la tensión esperada en los momentos clave. Lo que quizás sea menos palpable del relato, pero que me marcó muy profundamente, fue el sentido de unidad de mongoles, coreanos, franceses, mexicanos; hombres, mujeres; niños, adultos. Aun cuando algunos terminaron por no cruzar por voluntad propia, había una fuerza colectiva muy poderosa, de que de aquí salimos todos o no salimos. Los campamentos nómadas no se prestan mucho a conocer a otros turistas porque cada quien va y viene a diferentes tiempos, y no hay un área común que se preste para sacarle plática a un extraño, compartir una comida, tomarte una cerveza en medio de una charla. Así, no deja de sorprender que ante la adversidad todos hayamos conocido al vecino y al vecino del vecino, al que es más como tú y al que es menos como tú, al que va hacia donde vas y al que no. Y no sé por qué nos esperamos a la adversidad para eso.


Seguimos en caravana en la medida que nuestros destinos coincidían. Nos detuvimos varias veces por el lodo, a ver a qué decisión conjunta se llegaba para proceder. Llegamos por fin unas 3-4 vans como a las 5pm al monasterio Ongi, en donde además de duchas, había áreas comunes, vino y cerveza. El Dorado. Particularmente ante las circunstancias del día, la celebración no era sino justa y necesaria. 

1 Comments:

Blogger Lulu said...

Más aventuras que me maravillan!😍

20:07  

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